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martes, 13 de julio de 2010

SOBRE EL I ENCUENTRO DE JÓVENES INVESTIGADORES EN LINGÜÍSTICA

Muy acertada la idea del Dr. Jorge Valenzuela, reconocido escritor y profesor de nuestra Universidad, quien ha tenido una proficua tarea a cargo del Instituto de Investigaciones Humanísticas, y que fue el gestor de este Primer Encuentro de Jóvenes Investigadores en Lingüística. La conferencia que dio inicio a las mesas de ponencias durante los días jueves 1 y viernes 2 de julio estuvo a cargo del Dr. Luis Miranda, el cual desarrolló el tema de la situación de la Lingüística en el Perú. Mi impresión es que su visión vuela parejo al pesimismo, debido a lo infausta que suele ser actualmente la labor del lingüista (la cual, al parecer, se reduce a los errores en la enseñanza de comprensión lectora y redacción). Tuve la esperanza de escuchar alguna solución conducente sobre cómo se debería mejorar nuestro programa, o cómo se debe reflotar la labor investigativa en Lingüística en nuestro país, pero tal parece que ni él mismo tiene claro qué es lo que se debe hacer. Particularmente pienso que, como lingüista que es, debería asumir parte de la responsabilidad de los problemas actuales que afronta esta maravillosa espacialidad. No creo que la lingüística deba convertirse en una carrera que genere, en pregrado, especializaciones para traducción, enseñanza de segundas lenguas o todo aquello que permita mercantilizar el conocimiento. Y aquí viene una primera reflexión sobre la disertación de Miranda: en primer lugar, el lingüista debe prepararse para la descripción gramatical seria, trabajo impostergable para todo estudiante que egresa de San Marcos; sin embargo, son realmente pocos los que se interesan en investigar acuciosamente los aspectos gramaticales de las distintas realidades lingüísticas de nuestro país. Por supuesto que existen otras aristas que permiten que las indagaciones sobre las lenguas indígenas peruanas no sean un mero esquema teórico, pero si no se tiene claro que el lingüista debe prepararse para el análisis gramatical, la carrera debería cambiar de nombre. Es muy común suponer que el lingüista todo lo puede hacer: corregir, planificar, diagnosticar sociolingüísticamente, revitalizar lenguas, traducir, etc.; cada vez que celebraban la Semana de Lingüística en San Marcos recuerdo que el espectro de trabajo de un lingüista era, virtualmente, más amplio que la de cualquier egresado de cualquier carrera; la realidad, por muy dura que sea, siempre nos dice que tal visión es posible sólo en un «mundo posible», en el del discurso. Lejos de cualquier pretensión particular, mis inicios en la Lingüística comenzaron con auspiciosos cursos sobre análisis gramatical. Fueron muchos los docentes que despertaron mi curiosidad acerca del complejo fenómeno lingüístico: Quesada, Sólís, Conde, Gálvez, Casas, Esquivel, entre otros. Es cierto que, al finalizar la carrera, esa línea programática se fue desvaneciendo hasta hacerse casi inexistente, pero el camino que me tracé no hubiese tomado forma sin el aporte de los lingüistas sanmarquinos, a los que debo mi total gratitud. Son necesarios los cambios en nuestra escuela, pero estos deben estar signados por un programa que fortalezca lo positivo del plan de estudios actual sin degenerarlo hasta el punto de que la carrera se vuelva un generador «multioficios».

Esta reflexión personal, aun cuando se aleja diametralmente del comentario que quería esbozar acerca de este encuentro, ha sido necesaria para sentar posición sobre lo que asumo debe ser la tarea medular de un lingüista (perfectamente sé que las críticas pueden darse, pero eso es sinónimo de que la pluralidad existe). No pude estar el día jueves, de manera que no comentaré nada acerca de las ponencias que se desarrollaron ese día. Me hubiese gustado escuchar la investigación sobre ciertos aspectos de la derivación en quechua ayacuchano, sobre todo porque es un tema que me tiene entrampado hace algunos años y quería ver el aporte del ponente. Ahora, respecto del viernes, tuve el grato placer de compartir la mesa con Frank Domínguez Chenguayén, acucioso alumno que presentó un panorama exhaustivo acerca de las diversas propuestas que ha generado la indagación fonológica enmarcada en la TO (Teoría de Optimalidad). La ponencia empezó con una muestra de la variación dialectal del japonés. Esta fue explicada a través de diversos modelos. Según Frank: «En la fonología generativa clásica, el camino que iba desde una forma input hasta una forma output estaba jalonado (=marcado) por una serie de pasos intermedios. Para acceder a las formas de los segmentos se evalúan una serie de juicios de análisis en disposición regular o no de aparición de los segmentos de una lengua dada, por ejemplo: (a) distribución complementaria, (b) contraste, (c) neutralización y (d) fluctuación de fonemas. Así tendríamos (a) una relación de alofonía, (b) una relación distintiva análoga o por par mínimo. Las relaciones (c) y (d) difieren en la regularidad de distribución. El corazón del problema reside en que existe otro tipo de relación de los segmentos que produce una variación. Dicha variación no está, regularmente, sujeta a los parámetros normales de variación lingüística, sean geográficos o socioculturales, contextuales o situacionales. Esta tipo de relación llamada (e) variación libre siembra un efecto colateral en las teorías lingüísticas y un reto póstumo en la línea de la teoría fonológica generativa. Los objetivos que cumpla una teoría que dé cuenta de los hechos de (e) debe tener presente (primero) un lugar de residencia, (segundo) un mecanismo generador, (tercero) un sistema discriminador y, finalmente, la capacidad para albergar a nivel superficial una o más de dos formas aceptadamente gramaticales. La idea que subyace a todo lo anterior es, muy seguramente, la Teoría de la Optimalidad, pero ¿cómo una teoría como la anterior es capaz de modelar en la producción lingüística dos o, incluso, más formas gramaticales al tiempo, si por definición una forma gramatical (=un output y solo uno) es el desenlace de una resolución de conflictos?
De la conclusión, se espera obtener que una teoría ad hocsea capaz de resolver (1) aquel reto póstumo, (2) las limitaciones que se le imponen muy objetivamente y, finalmente, (3) la definición de la relación dual, coexistencial y anárquica. De otro modo, estos problemas no presentan una explicación formal en dialectología, sociolingüística y, de hecho, en lingüística propiamente».

Respecto del tema que expuse, simplemente manifestaré que abordé el fenómeno de disimilación en un dialecto quechua (específicamente la variedad de Aurahuá), el cual está condicionado morfológicamente. Más adelante presentaré un post sobre esta investigación, la cual aparecerá muy pronto en una revista académica de la Facultad de Letras. Dejo algunas imágenes de las ponencias reseñadas.


Hubo una mesa de conferencias más al final, una de las cuales trató del manido tema de los roles temáticos. No entendí el aporte personal del ponente, ya que se trataba de un encuentro de investigadores y no de divulgadores de lo que han planteado en la Teoría de Principios y Parámetros; es oportuno señalar que tampoco entendí qué relevancia tienen los roles cuando lo «más importante», según Zapata, es saturar el grid teta. Mi lectura acerca de los roles temáticos es que han sido planteados a partir del conocimiento de la realidad (la cual no es gramatical) y la evidente paradoja o inconsistencia aparece cuando nos enfrentamos a otras lenguas. Finalmente, la mesa de ponencias se cerró con una disertación acerca del aporte de Martinet en la Lingüística a partir de su teoría de la pertinencia, la cual parece ser el germen de los estudios actuales en pragmática.

Pienso que esta iniciativa propiciada por el Dr. Jorge Valenzuela debe repetirse el próximo año con la finalidad de que los alumnos, cuyas indagaciones se mantienen en el anonimato, puedan presentar resultados concretos (no meros ecos de propuestas). También podemos ver un post sobre el evento en el blog de Antonio Ramírez Victorio.

Reunión final (De derecha a izquierda: Manuel Conde, Raymundo Casas, Jorge Valenzuela, Antonio Ramírez y yo)

(De derecha a izquierda: Jorge Valenzuela, Antonio Ramírez y yo)